viernes, 1 de julio de 2016
Ella duerme.
Los ojos cerrados.
La respiración tibia que recorre las dunas albinas de las sábanas.
Un remolino de oscurecidas fibras hipnóticas que ondulan sobre la desnudez cálida de sus hombros.
Los rayos del sol penetrando con ímpetu el cristal de la alcoba y asomando tímidamente tras la silueta de su espalda y sus caderas.
¿Cuánto tiempo podría alguien perderse en un paisaje como aquel, sin más compañía que la de los silenciosos susurros de su pecho?
¿Cuánto podría carcomer a un mortal la desesperación de abrir sus ojos para caer nuevamente en lo profundo de sus labios y sus manos desesperadas?
¿Cuánto habré viajado para poder estar enredado en aquel instante, en aquel segundo, con la cabeza recostada a la altura de sus ojos, y aún así, no necesitar tocarla? No necesitando más que el grabado de sus ojos somnolientos para dar luz a los recovecos más oscuros de mi conciencia. Desear que se quede así para siempre; allí, como los volcanes adormitados que acobijan un puerto lejano, mi hogar.
Y aún así, disfrutar su sonrisa cuando al abrir los ojos se descubra siendo observada.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Tienes mucho talento. Bendiciones
ResponderEliminarTienes mucho talento. Bendiciones
ResponderEliminar:3 bello
ResponderEliminar