miércoles, 27 de julio de 2016

Viviendo contigo.

Una mirada, tal vez empezaría todo.
Quizá la habitación está acalorada no solamente por las velas parpadeantes de al rededor.
Quizá no es coincidencia el extraño silencio que percibí en la entrada de la sala y no haberme encontrado con tu habitual beso de buenas noches.
Quizá no es coincidencia, no encontrarte desbaratando todo, viéndote correr de un lado a otro apresurada por que las maletas aún no están hechas por el viaje de mañana.
Quizá no es coincidencia que te escuchabas tan nerviosa y contenta en la llamada que te hice al mediodía.
Quizá no era coincidencia la forma insistente en que me preguntabas que si tardaría mucho en llegar ahora.

Todas las dudas de lo que pasaba perdieron su significado en el instante.
El instante en que entre todas las velas te encontré allí, solitaria sobre el altar desordenado donde se encuentran nuestros sueños con nuestras caricias. Allí donde mis manos se enredan con tu cabello alborotado por nuestras convulsiones, por el baile silencioso de tus suspiros.

Que forma de comenzar una noche tan inolvidable como miles a tu lado... Una mirada...
Una mirada tajante, sincera y tierna que con la complicidad de tu sonrisa y la conspiración de tu respiración agitada me invita a descansar en los jardines tibios de tu piel, a incendiarme en la fuente de tus deseos.
Quizá no es coincidencia que aún con los años, me apasione de ti cada día más al verte. Porque cada día habrá de ser un misterio único e irrepetible donde el final siempre lleva tu nombre como cierre de oración.

viernes, 1 de julio de 2016

Ella duerme.


Los ojos cerrados.
La respiración tibia que recorre las dunas albinas de las sábanas.
Un remolino de oscurecidas fibras hipnóticas que ondulan sobre la desnudez cálida de sus hombros.
Los rayos del sol penetrando con ímpetu el cristal de la alcoba y asomando tímidamente tras la silueta de su espalda y sus caderas.
¿Cuánto tiempo podría alguien perderse en un paisaje como aquel, sin más compañía que la de los silenciosos susurros de su pecho?
¿Cuánto podría carcomer a un mortal la desesperación de abrir sus ojos para caer nuevamente en lo profundo de sus labios y sus manos desesperadas?
¿Cuánto habré viajado para poder estar enredado en aquel instante, en aquel segundo, con la cabeza recostada a la altura de sus ojos, y aún así, no necesitar tocarla? No necesitando más que el grabado de sus ojos somnolientos para dar luz a los recovecos más oscuros de mi conciencia. Desear que se quede así para siempre; allí, como los volcanes adormitados que acobijan un puerto lejano, mi hogar.
Y aún así, disfrutar su sonrisa cuando al abrir los ojos se descubra siendo observada.